Pie de foto: Enrique Falcón en una lectura en Alicante.
Interpretar la poesía de Enrique Falcón es tan arriesgado como su propia poesía, cada verso se estructura sobre una arquitectura recia en donde una voz indestructible escarba en lo más angosto del sufrimiento y nos golpea desde todos los matices del dolor para recordarnos la universal maldad de la represión y la crueldad.
VARIACIONES DE ALFRED HEUSS
SOBRE UNA SEGUNDA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
“moramos en ciudades muertas, abrazamos las sombras, recordamos a los difuntos”
— A. HEUSS: Der Verlust der Geschichite, 1959
Interpretar la poesía de Enrique Falcón es tan arriesgado como su propia poesía, cada verso se estructura sobre una arquitectura recia en donde una voz indestructible escarba en lo más angosto del sufrimiento y nos golpea desde todos los matices del dolor para recordarnos la universal maldad de la represión y la crueldad.
VARIACIONES DE ALFRED HEUSS
SOBRE UNA SEGUNDA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
“moramos en ciudades muertas, abrazamos las sombras, recordamos a los difuntos”
— A. HEUSS: Der Verlust der Geschichite, 1959
Deberíamos tratar con los muertos
y abrirnos los brazos con un collar de estricnina
para así acallarlos
para así alcanzar el bosque encendido
y agacharnos en sus sombras con un niño enfermo.
Deberíamos tratar con los muertos.
Destripar la mentira en que nos llegó su memoria,
la de ser sólo muertos
y no las víctimas en tierra con que anoche calmada
sirvieron nuestra mesa los soldados.
Tratarlos como fueron, en su luz y en sus camisas
la tarde en que uno a uno los fueron tumbando,
cruzarles los dedos tras mostrar al asesino
y sembrar con sus uñas los campos de manzanas.
Deberíamos tratar con los muertos
o arrancarles la vida por la que fueron cayendo:
así los muertos solos
podrían desnucarnos con su grito
y volvernos idiotas, dormidos o insensibles,
para luego esperar que ya no lleguen
para luego esperar que ya no vuelvan.
Enrique Falcón
y abrirnos los brazos con un collar de estricnina
para así acallarlos
para así alcanzar el bosque encendido
y agacharnos en sus sombras con un niño enfermo.
Deberíamos tratar con los muertos.
Destripar la mentira en que nos llegó su memoria,
la de ser sólo muertos
y no las víctimas en tierra con que anoche calmada
sirvieron nuestra mesa los soldados.
Tratarlos como fueron, en su luz y en sus camisas
la tarde en que uno a uno los fueron tumbando,
cruzarles los dedos tras mostrar al asesino
y sembrar con sus uñas los campos de manzanas.
Deberíamos tratar con los muertos
o arrancarles la vida por la que fueron cayendo:
así los muertos solos
podrían desnucarnos con su grito
y volvernos idiotas, dormidos o insensibles,
para luego esperar que ya no lleguen
para luego esperar que ya no vuelvan.
Enrique Falcón
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