Es una alegría editar en este espacio a mis dos entrañables amigos Arturo y Víctor. A la calidad de los poemas unen una gran sensibilidad acerca de los problemas sociales, denunciándolos con profundidad y rigor.
Obediencia
Todo marcha: ¿bien?
¿Qué hay que temer cuando
nada perturba la cuadrícula del goce?
Los anteojos no engañan:
los ministerios administran los misterios
de la carestía.
Cada uno tiene su espacio para transitar:
los caballos atropellan/ los peces obedientes esperan su red
y estos monos económicos no dudan
en talar las arboledas.
Todo marcha: allá el dolor/ aquí la dicha/
abajo los elefantes/ arriba el cazador
en el instante previo de serrar el marfil
sobre el que se sentará mañana
a mirar el prodigioso movimiento del cielo.
Obediencia
Todo marcha: ¿bien?
¿Qué hay que temer cuando
nada perturba la cuadrícula del goce?
Los anteojos no engañan:
los ministerios administran los misterios
de la carestía.
Cada uno tiene su espacio para transitar:
los caballos atropellan/ los peces obedientes esperan su red
y estos monos económicos no dudan
en talar las arboledas.
Todo marcha: allá el dolor/ aquí la dicha/
abajo los elefantes/ arriba el cazador
en el instante previo de serrar el marfil
sobre el que se sentará mañana
a mirar el prodigioso movimiento del cielo.
Arturo Borra
Al poeta Miguel Ángel Curiel
Ten en el lomo, burrito, la niña callada.
Llévala con cuidado, que subimos sin
agarre por una cornisa de este monte
ante la gran desnudez de la nieve intacta.
Si ya no fuera tan tarde, oigo tañer morado.
Piececitos azules, -asules - que decía mi niña,
ya no siento la noche, ya no siento las luces
del pueblo. ¿Nos hemos perdido? ¿Quién llora?
¿nadie responde? Vuelve a caer la lluvia
y dobla la cuesta embarrada el mulo y mi sombra.
¡Qué luto tan inacallable, la distancia sin distancia,
lo inacabable, las aguas que ni pueden
con la nieve clavada en mi sangre!
Victor Gomez
Llévala con cuidado, que subimos sin
agarre por una cornisa de este monte
ante la gran desnudez de la nieve intacta.
Si ya no fuera tan tarde, oigo tañer morado.
Piececitos azules, -asules - que decía mi niña,
ya no siento la noche, ya no siento las luces
del pueblo. ¿Nos hemos perdido? ¿Quién llora?
¿nadie responde? Vuelve a caer la lluvia
y dobla la cuesta embarrada el mulo y mi sombra.
¡Qué luto tan inacallable, la distancia sin distancia,
lo inacabable, las aguas que ni pueden
con la nieve clavada en mi sangre!
Victor Gomez
No hay comentarios:
Publicar un comentario