Antonio Azorín© – Ciencia
david
gonzález
sparrings
un hombre
afortunado
son las
09.00.
procuro no
hacer ruido al levantarme.
ángeles
duerme.
voy al
cuarto de baño
y me lavo
las manos
y la cara.
entro en la cocina
y enciendo
el fogón eléctrico
para que
vaya calentando mientras
abro mi
estuche
y saco el
medidor de glucosa
y le
inserto una tira reactiva
y saco el
pinchador
y le
inserto una lanceta.
pínchate
en la parte lateral de los dedos,
me aconsejó
una enfermera en el hospital,
así no
perderás sensibilidad en las yemas.
acerco la
gota de sangre
al extremo
de la tira reactiva.
al cabo de
medio minuto
aparece
una cifra
en la
pantalla líquida
del
medidor de glucosa.
164.
o sea: 34
mg por encima
del nivel
normal de azúcar en sangre,
que antes
de las comidas
no debería
sobrepasar los 130
ni
descender por debajo de 70.
a
continuación, cojo la pluma precargada
(y digo
pluma porque su aspecto y tamaño
son los de
una pluma estilográfica)
y le
retiro el capuchón
y la giro
suavemente
hacia
delante y hacia atrás
hacia
arriba y hacia abajo
10 veces,
hasta que
la insulina se mezcla uniformemente.
luego
enrosco una aguja en el extremo de la pluma,
selecciono
las unidades de insulina (12)
y me
inyecto en el brazo izquierdo, por debajo de la piel.
las 09.10.
ángeles
todavía duerme.
su cabeza
dentro del hueco
que ha
dejado en la almohada la mía.
vuelvo a
la cocina
y me
preparo el desayuno:
12 gramos
de margarina,
60 de pan
integral
y 200 cc
de leche desnatada, sola,
con café,
malta o té. con café.
miro a
través de la ventana
mientras
desayuno en silencio:
una mujer
sacude una alfombra,
pasa el
camión del butano,
el perro
de un viejo marica
ataca
ladrando a un patriarca gitano,
el gitano
amenaza al perro con un bastón,
el perro
retrocede pero no deja de ladrar.
ángeles se
da la vuelta en la cama.
la miro.
cómo duerme.
cómo sueña.
y sé
que todo
está bien
que no
tengo ningún derecho a quejarme
que soy un
hombre afortunado
que no le
puedo pedir más a la vida
que es
suficiente
conque
ella
esté
ahí.
sin que
sirva de precedente
son las
seis de la tarde
del mes de
agosto.
estoy
echado en la cama,
encima de
la cama, desnudo.
en una
mano tengo un porro,
en la otra
un cigarrillo.
estoy a
gusto.
acabo de
follar con ángeles,
aunque
ahora que lo pienso
lo que
realmente hicimos fue
querernos.
por la
ventana abierta de par en par
entran los
tejados de mi calle,
el
martillo neumático de una zanja,
alguien
que arranca el coche,
niños.
tengo
sueño, mucho, mucho sueño,
y lo que
es mejor todavía:
por esta
vez,
y sin que
sirva de precedente,
tengo
ganas, muchas, muchas ganas
de
soñar.
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