Autovía de cuatro
carriles: Edward Hopper
ana pérez cañamares
alfabeto de cicatrices
Última residencia
Si llegamos a viejos
nuestros amigos, tú y
yo,
apenas habrá nadie
para cuidarnos.
Procrearnos no
entraba en nuestros planes.
Somos una raza de
elegidos
para extinguirnos.
Dinosaurios mirando
el cielo.
Yo aporto una flor a
este ramillete
escaso de nuestros
hijos. Pero ella
-lo entenderá pronto-
no será suficiente.
Bastante tiene
con administrar su
herencia de sangre.
La tristeza siempre
tienta.
La tristeza es una
varita de incienso
encendida en la
habitación de al lado.
Sinuosa y volátil
va y viene a su
antojo
con el derecho que le
da su renta antigua.
Cuando sale por la
puerta yo tengo un sueño.
Nuestros amigos, tú y
yo
en una ciudad junto
al mar
compartiendo casa
como quizá
lo habrían hecho
nuestros hijos.
Igual que ahora
nuestras preocupaciones
nuestra lecturas
o nuestro sentido del
humor
se complementarán
nuestras dolencias.
En mi sueño le describo la playa al que ha
perdido
la vista
alguien empuja mi
silla de ruedas
por el paseo marítimo
mientras voy
recogiendo en mi regazo
los recuerdos que a
otro se le van cayendo del bolsillo.
Festejamos los mismos
chistes
vemos viejos partidos
de fútbol
tú cocinas para
todos, como ahora.
Si alguno de los dos
tiene que olvidar algo
prefiero olvidar tu
risa
y que tú mantengas en
la memoria tus recetas.
Reconoceré cada uno
de tus guisos
con un estupor ya
viejo
y cuando rías al ver
cómo me relamo
adoptaré cada risa
tuya como a un niño nuevo
que aumentará nuestra
familia numerosa.
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