La invención de los
monstruos: Salvador Dali
DAVID BENEDICTE
Santa Ofelia
ESTA Ofelia
no es la Ofelia
cadavéricamente
shakespeareana
de Rimbaud,
sino una Ofelia
de periférico barrio,
radiante y desequilibrada.
Esta Ofelia
no flota
como un gran lirio
cuando tocan
a muerte
los bosques
más recónditos
de su martirio.
Tampoco
murmura,
su suave locura
la misma tonada
en el aire nocturno
desde hace dos o tres
eternidades.
A esta pálida
Ofelia
el doctor Zabalbeascoa
le hace señas
desde la puerta
abi erta
de su despacho
mientras
ella se apoya
en la pared
con un gesto
de fastidioso
desánimo.
Tres tabletas
de Quazepam
por todo almuerzo.
Tiene la frente
empapada
de sudor,
esta Ofelia,
a la que martirizan
bajo las aguas profundas
que acunan a las estrellas
esos monstruosos monstruos
mansos denominados
Malestar, Sed, Estupor y
Escalofrío.
Eyacula
en su interior
el doctor Zabalbeascoa
amándola y amándola
mientras admira
su pubis dorado
como si fuera un altar
reconquistado,
y le besa los pies
o se los muerde.
Y vuelve Ofelia,
encandilada
cual mariposa,
a su pared
y al día
de la vida,
rellena, dormida,
recostada en sus velos
y arruinamientos
de infinitas ruinas rosas.
Por los pasillos
desfilan locos,
encorvados locos,
locoslocoslocoslocoslo
cos encorvados
por cruces invisibles.
En la boca
entre abi
erta
del celador
dormido,
Ofelia vierte
viagras
sin fijarse
en su azular.
Este hospital
es su destino.
¡Aquí violar,
raptar,
desmembrar,
asfixiar,
corromper,
acribillar a tiros,
releer a Paulo Coelho
y automedicarse,
es sano!
Por eso estoy seguro
de que pronto,
muy pronto
realquilará su cordura
nuestra adorada Ofelia,
y no tardaremos
en mudarnos
al frío viento
que cae de Noruega.
Allí, en la noche
estrellada,
viviremos
los tres,
tú, ella y yo,
una vida
de banalidad
exquisita.
Repletos,
ahítos,
saciados
de transfusiones
de salmuera,
letales plátanos
y rollitos
de jamón york
salseados
con esa nata lúgubre
que circula,
indolente,
por las arterias
de algunos salmones
con severas molestias
cardio vascu
lares.
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