Los hombrecillos 1966.
Serigrafía de Manolo Calvo
M.
Ángeles Maeso
Del
libro:
¿Quién
crees que eres yo?
Edit.
Huerga y Fierro
Todo invierno incuba
la palabra halda
en su red de niebla.
Pero madre está asustada.
Atardeceres, semanas,
soles de vuelta entera
que está asustada.
A Ifigenia le duró
apenas unas horas,
pero no a quien le
ponen tan alto tabernáculo.
No se trata de zurcir
un pantalón
ni de hacer una
colada,
no es un trámite
cualquiera,
no se hace poniendo la
cabeza en otro sitio.
En ningún sitio. En
qué hectárea de soledad
hay formas que
mantener.
Esto no se atraviesa y
a otra cosa. No hay más.
O sí. Tanto que decir.
Como tiras de cortinas
muevo sus labios
y me asomo a su mirar.
Los tábanos
son una bendición
comparados con sus
pensamientos.
(Fui persona y lo
recuerdo)
Una alegría las avispas
al lado de todo lo que
puja y puja por salir.
(Fui persona y lo
recuerdo. Fui mujer)
Los tábanos. Zumba que
te zumba
consiguen hacer un
agujero entre los surcos
y algo despunta en
briznas,
algo enredado da la
cara y silabea.
(Fui persona y lo
recuerdo.
Fui mujer y labradora.
Algo de aquello
Que por los ojos de
las mulas
aún se ve)
Aunque la encina,
aunque la vaca
se pusieran a buscar
su corazón
mirando con las ramas
el alto cielo,
un crepitar de lengua
estofada para otros
lo apagaría de
inmediato.
¡Qué drías tú! ¿Ella
ha dicho yo?
Clavada en su parcela,
ha dicho ¿qué?
Hoy todo sucedió de
golpe, cuando insistí:
Soy yo, la mayor.
Y ella: ¡Tanto yo,
tanto yo!
¿y quién te crees que
eres yo?
Angeles Maeso, “¿Quién
crees que eres yo?”
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