lunes, enero 07, 2013

M. Ángeles Maeso



Los hombrecillos 1966.
Serigrafía de Manolo Calvo


M. Ángeles Maeso

Del libro:
¿Quién crees que eres yo?
Edit. Huerga y Fierro


Todo invierno incuba la palabra halda
en su red de niebla. Pero madre está asustada. 
Atardeceres, semanas, soles de vuelta entera
que está asustada.
A Ifigenia le duró apenas unas horas,
pero no a quien le ponen tan alto tabernáculo.

No se trata de zurcir un pantalón
ni de hacer una colada,
no es un trámite cualquiera,
no se hace poniendo la cabeza en otro sitio.
En ningún sitio. En qué hectárea de soledad
hay formas que mantener.
Esto no se atraviesa y a otra cosa. No hay más.
O sí. Tanto que decir.

Como tiras de cortinas muevo sus labios
y me asomo a su mirar. Los tábanos
son una bendición
comparados con sus pensamientos.

(Fui persona y lo recuerdo)

 Una alegría las avispas
al lado de todo lo que puja y puja por salir.
(Fui persona y lo recuerdo. Fui mujer)

Los tábanos. Zumba que te zumba
consiguen hacer un agujero entre los surcos
y algo despunta en briznas,
algo enredado da la cara y silabea.

(Fui persona y lo recuerdo.
Fui mujer y labradora.
Algo de aquello
Que por los ojos de las mulas
aún se ve)

Aunque la encina, aunque la vaca
se pusieran a buscar su corazón
mirando con las ramas el alto cielo,
un crepitar de lengua estofada para otros
lo apagaría de inmediato. 

¡Qué drías tú! ¿Ella ha dicho  yo? 
Clavada en su parcela, ha dicho ¿qué?
Hoy todo sucedió de golpe, cuando insistí:

Soy yo, la mayor.
Y ella: ¡Tanto yo, tanto yo!
¿y quién te crees que eres yo?

Angeles Maeso, “¿Quién crees que eres yo?”


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