Antonio Crespo Massieu
Orilla del tiempo
GÉNESIS 22. RELECTURA EN RAMALA
Y al fin habría que encontrar
un hilo
o filamento
de razón
por débil o tenue que fuera
para atravesar esta maraña de muertos
cables tensos de la historia.
Restituir de la herida
una gramática capaz de conjugar
este repetido espanto que nos habita.
Y nombrar así
el instante
eterno y fugaz
en que el inocente muere
ante nuestros ojos
acurrucado en el padre
herido
y dibuja frente al cemento
una nueva o repetida
(tan clásico el escorzo
tan académico el cuerpo vencido)
Piedad
como hijo o niño descendido de la cruz
y acogido por el padre
(¿pero qué cruz Dios escondido
y ciego de qué cruz hablamos?)
¿O es acaso este cemento suburbial
de contenedor con olor a basura
o sequedad o pobreza o miseria
será acaso ara este cemento
y sacrificio exigido esta muerte?
Y así la lenta ascensión
con el enorme peso de la conciencia
(¿cómo te engendré
para la muerte
qué destino el tuyo sellado
desde la inconsciencia o el amor o el deseo?)
tres días y tres noches
caminando con la muerte en el corazón
(tres minutos gritando frente al cemento)
tanto esfuerzo para llegar al monte Moriah
(y el cordero
dónde padre dónde el cordero?)
y el Dios de la muerte
el ciego poder de la historia
calló al fin
(¿y el cordero
dime padre donde está el cordero?)
y el sacrificio fue cumplido
Y Dios o el Ángel fue silencio
un absurdo ciego sordo o loco
incapaz de recordar sus palabras
“No alargues tu mano contra el niño
ni le hagas nada”.
¿Pero qué Dios
o Cristo descendido
o Abraham o Ángel
habita aquí en Ramala?
Aquí
Dios
es una blasfemia
entre basura cemento y sangre
inmóvil fijación de la muerte.
Dios
es una imagen sin palabras
y su ángel anuncia el exterminio de la historia.
No hay
(porque no hay Dios)
alianza ni rescate ni salvación
Aquí
Isaac o Mohamad o el nombre de la inocencia
se desangra
y no hay piedad
(aun cuando el cuerpo caído
y abrazado dibuje ante las cámaras
una tan clásica Pietá)
ni justicia
ni carnero trabado en un zarzal.
Aquí
hay un destino
como monte de holocausto
mierda y plástico en la basura.
Y nadie
(o apenas un padre herido)
cobija esta ausencia.
Parece cierto que
habría que encontrar
un débil filamento de razón
para no perdernos
entre tanto espanto
y palabras para nombrar la muerte
y entender.
Habría que pedir
que tal vez el viejo Dios del silencio
dejara por fin la escena
y como herencia nos restituyera
una gramática del espanto
y nos diera
entre la emoción y el grito
también entendimiento y
palabra.
Una palabra
para decir la muerte
sin ahogarnos.
Mohamad El Dirah, 12 años, muerto
en Ramala por disparos del ejército israelí el 30 de Septiembre del 2000. Un
periodista de France 2 grabó su muerte y el desesperado intento de su padre por
protegerle.
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