Julio Obeso
Ya no es ojo la añoranza que mira
ni temblor el zumo que te nombra.
Doy en vértigo porque despierto
azotado por la lluvia.
Si hubo calor, sorpresa,
un algo juntos, un poco nuestro,
el hacha terminal cosió la boca
(piel que te sobra
-odio mío-
en este desgaste atroz de la memoria)
Podría pasar de largo,
no llegar nunca sin un manojo
de lápidas;
decir, la ternura que te dobla
no son mis manos y otros son los labios,
pero me mata el ruido
(vengativas colmenas
zumban en el reloj)
Podría manejar a ciegas el laberinto,
calcular el rostro
que tendrás al fin del siglo.
Es tan evidente nostalgia de ararte,
de hundir, fecundar:
¡oh, antiguas cosechas!
que proclamo inservible
cuanto nace en la sangre
y no cunde.
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