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Para un tiempo herido
Enrique Falcón
CITA CON UN REBELDE
para Omar Darío Arias Salazar
A vosotros me uno y no soy de los vuestros: comprendedme
no lo soy, madeja
intentando buscaros, he oído vuestra voz,
genital en la madera voz
con la que vuestros niños han sabido levantar
el mapa de los padres.
DE Quique Falcón
Esto ha sido escrito sobre el sueño de la arena,
escrito quede con la arena que pisáis, fuera un dulce
paso hacia la noche, mas terrible
le han desfigurado el rostro, confundiendo las señales,
la orientación del Norte, las estrellas.
Éste ha sido yo: un golpe de hilo muerto
(si fuera necesario así decirlo, un hombre ahogado)
pero no carguéis con los más pobres de nosotros:
la misma mano los cercena,
la exacta lengua encendida que les dice
aunque acariciándoles la espalda. No los persigáis—
sus hijos construyeron los mismos, exactos mapas que vosotros
(y ahora vuestros hijos) lanzasteis sobre el río,
antes la sequía y el espaldar tremendo,
contra el río despoblado de las tierras no labradas,
un pájaro de estampidas destrozado por la nieve:
…a cada tierra
le corresponde un día en que nacer;
y a cada amanecer, cita con un rebelde…
Comprended el gesto retraído de mi sangre,
el ojo que hubo de esperaros en coágulos de hace siglos
fue extensísimo el mar
con que ahora cruzáis el paso con la rabia,
la revuelta con la ira
encaramada a la luz (una flor mi flor cubriendo).
Éste ya es el sol
roedor de las cabezas, ya lo visteis,
y alumbró por poco tiempo, y ahora mucho; ésta, la caída
tensísima del cuerpo,
furia con la furia rasgando el cielo
(mano con las manos alzando el día):
Dentro de mi cuerpo / vive un hombre ahogado.
Tengo el recuerdo de haber dormido contigo
en la parva del heno, cansados de la densa
agitación de la llanura, los párpados quemados
por tantas piezas requeridas: el mar al fondo de los ojos.
El óxido del sueño, la caricia fue la noche,
quien nos dio en sus algas los brazos de otro sueño
—pesado al despertar— y apenas compartido,
toda la desaparición
con las ronchas esquilmadas de las cacerías
y muslos afeitados después de la carrera,
y carne, y huesos potentísimos,
y médula o piel. Y aceite. O barro.
El recuerdo de haber dormido contigo, otra vez, de nuevo aquí
es memoria del aliento, los sobacos por el frío
retirados contra el aire y la mirada
tristísima con la noche escondiendo el beso,
la vergüenza del amor, el miedo, y el escándalo.
A vosotros que me he unido desde antes de nacer
–frío es el mundo–: nada mío os intimide.
...Un poema azul y enorme
de aortas y clavículas desclavadas
al poste de la rabia con el sueño...
Una flor que yo he temido,
lugar de la tristeza en Santuario
un
150
millones de panteras en el verso—
y que nada mío
intimide vuestro canto
ni enmudezca su luto los listados del mundo.
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