Chema Madoz©
José Garés Crespo
Material
de derribo
LOS RIBETES SEFARDITAS DE CANDELARIA
«No es que la noche sea más larga porque se haya ido,
es que mis ojos, al llegar la mañana, no ven su luz».
Ben Sahl
Nada sé de ti, pero tu luz me salva, cómplice.
La noria estéril, complicada y tan diminuta
que me acompañó en la severa adolescencia,
único florecimiento, se me desborda
inundando la tarde,
explorando los silencios.
Aún recuerdo tus largas y asombradas
miradas
perdidas en la medina
que nos abrió la luna.
Cuántos largos plenilunios, dominios y
desapegos,
vivimos con la pasión que nació sin pauta,
como la mirada fresca y
vacía de memoria.
Fue a conciencia
perdida, sin casi tregua.
No podíamos entender que un beso soñado
siempre es único, volátil, como cualquier sonrisa.
Iconoclastas con
nuestras raíces, ambos vivimos
romances sefarditas,
ritmos sufíes, dulces gallardas.
Quizá fuimos amantes sobre el sembrado.
Aquella tarde nos
cubrimos de celestes cristales
y el rocío simuló un devaneo de tus mejillas,
hasta que un alud de
pasado quiso sepultar el futuro
y a cada placer le nacía un vicio sicario.
Ya sabes, marinerita,
navegar es descubrir
que amor y odio, un día, se unirán en el abismo
olvidando el heroico
comportamiento del orgasmo.
Dormidos sobre el
olvido pegado a los muros,
arrullados por las sátiras de Joao Pinto,
¿cómo saber si las muchachas traían la primavera
o fue ésta quien trajo sus aires y sus
danzas?
El reguero de luces
que, todavía hoy,
reverbera en el
salitre, nunca fue una revuelta,
tan solo un estallido.
El paroxismo de la soledad.
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