Dolor: Mónica Ozámiz Fortes
Antonio Crespo Massieu
UNA MUERTE PEQUEÑITA
Conoces al fin
que esta pequeña muerte
contiene el temblor de todas
las grandes infinitas o leves
pues que no hay muertes grandes
o pequeñas
hay sólo muertes
heridas abiertas ausencias repetidas.
Y este mínimo vacío
lleva a otros
como huellas rescatadas del olvido
y lo irreparable
es de nuevo esta carne
este cuerpo que estalla entre las manos
y por dentro se abre
este estertor que palpita
ojos perdidos en la diagonal del tiempo
instantes sin horizonte ni reflejo
este peso desmadejado y absurdo
esta pata vencida o trufa helada
este mínimo cuerpo que ya nada
olfatea o siente anhela o jadea.
Porque esta muerte pequeñita
a todas se semeja y sostener
esta pata casi inerte es acariciar
el cuello de mi madre sostener
el cuerpo deslumbrada habitación por el oscuro sexo
donde habita el mundo y una esponja
es regreso a la infancia o piedad
o limpieza del tiempo cuando abrir
la mirilla del ataúd es ver el rostros inmóvil
del padre es quitar un collar y unas cenizas
leve peso bajo un rosal o lágrimas frente al mar.
Se rompió entre mis manos
tan fugaz como ardilla o pájaro
siguiendo la muerte con igual
instinto de vida que cazaba o mordía el aire
o buscaba el sol como fuerza descanso o aceptación
como la mujer se perdió en una cama de hospital
o el hombre descansó en las olas abiertas de la noche
Y todo confluye y gime
como tiempo o memoria herida
el tacto de la piel la incontinencia
humillada la mano y la caricia
su ahogo el semen del perro su corazón
roto la suave carne fría la palabra despertar
todo se hace uno en la muerte
aún en esta mínima muerte pequeñita.
Como si la piedad
fuera siempre la misma
y nos llevara
al silencio de la memoria
como saludo diálogo bendición o rabo tieso
para transitar oscuras avenidas
que juntan perros niños la mano del padre
la música noches de verbena canción o jadeos
ladrido oración o silencio.
Y de nuevo aprendemos
de un perro que muere y lame
muestras heridas como si el tiempo
fuera aullido rugosa áspera tierna
lengua que lame ausencias
y al fin deja
el asombro infinito al despertar
la música compartida noches luminosas
aceptación del instante o despedida
acariciado por el sol voces o ladrido
Y aceptamos
esta ausencia
para no olvidar los otros cuerpos
que fueron primero amor y fidelidad.
Y al fin
para no olvidar
olvidamos
y permanece
el ladrido intacto palabra caricia
de nuevo el mundo en pie.
Y la memoria del olvido
nos acompaña.
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