DAVID GONZÁLEZ
EN LAS TIERRAS DE GOLIAT
(POESÍA DE NO FICCIÓN)
Tenía que decir la verdad o callarme.
ROBERT CRUMB
TONGO
Cuando era guaje,
y no tan guaje,
me subía con mis amigos
al tejado de un edificio
que pertenecía y aún pertenece
a la Autoridad Portuaria
para poder asistir,
en butaca de primera fila
y sin tener que pasar por caja,
que de eso se trataba,
al estrafalario y estrambótico
desfile de disfraces
que como cada año,
en septiembre,
y con motivo de las fiestas del barrio,
las fiestas de la Soledad,
tendría lugar dos pisos más abajo,
al aire libre,
en la calle Claudio Alvargonzález,
entre lo que era la Rula
y el dique Santa Catalina.
El desfile,
y me jode tener que decirlo,
era un espectáculo bochornoso,
una exaltación de la grosería,
un puro esperpento por así decir:
una improvisada pasarela de tablas
por la que iban desfilando
-lo de desfilar es un decir-
mientras hacían la gracia
-aunque yo no se la veía-
los vecinos más carismáticos del barrio,
disfrazados, ellos, o travestidos,
de felpeyos, o sea, de putas callejeras.
Casi todos los años ganaban los mismos,
o los amigos o familiares de los mismos,
y por eso, casi todos los años también,
cuando el jurado daba a conocer su fallo,
mis colegas y yo, de pie sobre el tejado,
nos poníamos a saltar y a gritar:
¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO!
porque éramos niños y todavía podíamos ver,
a pesar de los disfraces que quisieran ponerle,
la verdad
y la verdad era esa:
¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO!
Entonces aparecían los de la Comisión de Festejos
o los vecinos y curiosos o guardias que hubiera por allí,
apoyaban escaleras contra la pared del edificio
y subían a por nosotros,
para bajarnos a la calle y escorrernos a hostias.
Algunos de nosotros,
gatos en los tejados por aquél entonces,
aunque ya hemos dejado muy atrás la frontera del llanto,
todavía podemos ver,
a pesar de los disfraces que quieran ponerle,
esa verdad:
¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO!
Sí. Todavía podemos verla. La verdad.
Pero ya no damos saltos. Tampoco gritos. Nos ha entrado
vértigo.
EN LAS TIERRAS DE GOLIAT
(POESÍA DE NO FICCIÓN)
Tenía que decir la verdad o callarme.
ROBERT CRUMB
TONGO
Cuando era guaje,
y no tan guaje,
me subía con mis amigos
al tejado de un edificio
que pertenecía y aún pertenece
a la Autoridad Portuaria
para poder asistir,
en butaca de primera fila
y sin tener que pasar por caja,
que de eso se trataba,
al estrafalario y estrambótico
desfile de disfraces
que como cada año,
en septiembre,
y con motivo de las fiestas del barrio,
las fiestas de la Soledad,
tendría lugar dos pisos más abajo,
al aire libre,
en la calle Claudio Alvargonzález,
entre lo que era la Rula
y el dique Santa Catalina.
El desfile,
y me jode tener que decirlo,
era un espectáculo bochornoso,
una exaltación de la grosería,
un puro esperpento por así decir:
una improvisada pasarela de tablas
por la que iban desfilando
-lo de desfilar es un decir-
mientras hacían la gracia
-aunque yo no se la veía-
los vecinos más carismáticos del barrio,
disfrazados, ellos, o travestidos,
de felpeyos, o sea, de putas callejeras.
Casi todos los años ganaban los mismos,
o los amigos o familiares de los mismos,
y por eso, casi todos los años también,
cuando el jurado daba a conocer su fallo,
mis colegas y yo, de pie sobre el tejado,
nos poníamos a saltar y a gritar:
¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO!
porque éramos niños y todavía podíamos ver,
a pesar de los disfraces que quisieran ponerle,
la verdad
y la verdad era esa:
¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO!
Entonces aparecían los de la Comisión de Festejos
o los vecinos y curiosos o guardias que hubiera por allí,
apoyaban escaleras contra la pared del edificio
y subían a por nosotros,
para bajarnos a la calle y escorrernos a hostias.
Algunos de nosotros,
gatos en los tejados por aquél entonces,
aunque ya hemos dejado muy atrás la frontera del llanto,
todavía podemos ver,
a pesar de los disfraces que quieran ponerle,
esa verdad:
¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO! ¡TONGO!
Sí. Todavía podemos verla. La verdad.
Pero ya no damos saltos. Tampoco gritos. Nos ha entrado
vértigo.
1 comentario:
Este poema del gijonés siempre me ha gustado. Tiene gracia.
El Demonio del Bien.
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