Gerardo Apud
Miguel
Ángel Curiel
LUMINARIAS
Una calle muy larga
que baja lleva al mar. El destino de toda calle es dar al mar. Muy temprano,
por la mañana no hay nadie en la calle. La pendiente te impulsa. El mar a esa
hora parece algo limpio e inmenso con lo que compartir tu propio silencio. El
tuyo es un silencio del espíritu, más cercano a lo vegetal. Se expande dentro
de ti como una vid interior y a caso los latidos del corazón no sean más que las
uvas que van creciendo, pequeños espasmos de uvas. El silencio del mar se une
al del cielo. Es inmenso, y nos llega antes a los ojos que a los oídos. Es un
silencio que los ciegos no captan, y lo único que oyen de él, son campanas y
amarras que crujen. Es un silencio visual. Obliga a gritar a los hombres que se
enojan con el mundo. Tu, sin embargo bajas a la calle a reconciliarte con el
mundo. Dos silencios. El del individuo frente al del mundo. Hacerlos comunicar
es uno de los fines de la poesía. Convencer al que muere de que puede hablarnos
desde su coraza de niebla. Puede ser el ladrón que nos robe las palabras en la
vejez. No recuerdas como se decía adiós en esa lengua. Así siempre la luz ha
estado más cerca de los muertos que de los vivos. Ellos es lo único que poseen.
Ese mar son los ojos de todos los que ya no están. Esa agua es el limpiador de
emociones someras. Sólo te permite la unión con lo que ya no está, o no es,
incluso con lo que no ha sido y nunca sea. Así un silencio ilumina a otro.
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