Tom Brown
José Garés Crespo
Material de derribo
Jorge Manrique en la Taberna del Irlandés
«No acortes el camino inútilmente.
No tengas prisa. Espera».
José Bergamín
Anoche, absorto, no encontré la esquina de la vida,
ni tu voz.
Abril cautivo, la salvia y la rosa sé que volverán a
ser rojas,
y en las colinas de luces agazapadas, riberas del
sueño,
volverá la zarza. Siempre vuelve cuando sobran
ausencias.
Y daremos paso al vértigo del día explorando los
silencios,
rompiendo la melodía, el indefinido registro del
retorno.
Sé que nunca te aposentaste en el envés del camino
de la huida,
que fue el vaivén, y sé que con la entrega vencieron
los cobardes,
que adecentaste tu tristeza y la metálica sonrisa de
la luna.
Muchos hicimos del corazón un giratorio sin
picaportes.
Eran noches que rastrillaban las sorpresas encogidas
y las
palabras
establecían rejas, proponían cruces, oscilaban
mares, denunciaban
cielos, quemaban puentes. Tenaces, tuvimos que
congelar llamas,
enmudecer olas, apagar estrellas, intentar vivir en
el caos
sin ser destruidos. Tal vez deberíamos saber del
alboroto
de la niñez perdida, y atemperar el paso con la meta
que huye.
Horizontes neonatos y perdidos. Y su mano que,
sobre nuestros hombros, levanta alivios y añade
libertad.
Aún así, el candil de tu inocencia es un collage,
un estandarte que baila.
De un mismo origen divino, un día,
nos sumaremos con la roca, el agua y el aire,
hasta conseguir que lo justo devenga
en necesario, como los dioses y los recuerdos.
Piel maullada y testimonial, sí.
Y nos restan los ardores
coronados del camino y el trasiego.
Todavía se mantiene el misterio
de por qué tan poca tregua dieron
que hasta la oscuridad nos negaron.
Minúsculas revueltas nos tutelan,
y nunca supieron ver en el centro de la inquietud
la desazón de la tormenta.
Tú, hijo de la mar, tuviste que asumir
la duda y osaste abordar, desde la niebla,
embarcar cada noche sin esperanza,
dormir cada día sin el brío de los excesos.
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