La gran ola,
serie arquitectura de ausencias: Luis Acosta
David Benedicte
MARINA D’OR
MARINA
d’Or,
marquesa de uñas negras
y aires rococós,
que insiste, como esos cielos,
en despejarse
mientras abre los oj os
a un mar de color mediterráneo claro.
Marina
d’Or,
descorazonada reina
de corazones
muertamuerta
y enterrada bajo el peso neto
e hipoglucémico
de las temporadas bajas.
Marina
d’Or,
esquelética con descuento ikea
e inane gobernanta,
siempre cariacontecida,
siempre en out of season,
siempre depre,
siempre.
Aún
lleva en su mano, dócil,
aquella corona de rosas,
diamantes, fideos y espinas
que mandó forjar
a los chefs del bufé libre
más concurrido de su nación.
No
habla. Sólo sonríe, sonríe,
sonríe esta Marina d’Or
incorrupta toda, vagamente,
mientras los apartamentos
de su primera línea
de playa se desparraman
como una luna
hecha pedazos,
ferozmente acribillada,
por la claridad
del nuevo día. Sólo sonríe, sonríe,
sonríe mi Marina d’Or, radiante,
hasta que una multitud
de sombras temblorosas
sale de debajo de su lecho,
y las espanta de un manotazo.
Navidades grises,
muy grises, mediocres,
plomizas, en esta Marina d’Or
diciembremente devastada.
Rosa hedionda, ejemplar reptil
cuyas palmeras caducan ya todas negras,
pero todas perpendiculares aún
como unas ruinas bellas, y neoclásicas,
tan bellas, y tan neoclásicas,
que dan ganas de subarrendar
aquí un ataúd
para pasar,
envuelto en sus entrañas
de airada bragueta,
todo el invierno.
Marina
d’Or,
una gaviota con trastorno
bipolar que se siente fucsia nube pure malta
en las noches frescas
de tormenta
cuando llueve más y más fuerte
y hay sólo agua y todo agua
agua arriba y agua abajo
de ese aguacero completo que,
como los huracanes
de esperma,
llega siempre
en temporada
baja.
Out
of season, ¡juas!
Maldigo
las navidades
concebidas como un tinto
de verano
aguachinado por culpa
de los hielos
deshelados.
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