The Lighthouse at two Lights: Edward Hopper
La alambrada de mi boca
Ana Pérez Cañamares
A LA MUERTE DE MAMÁ
Llamabas al gato de la foto
y todos nos echábamos a temblar
como si la locura fuese un sarpullido
que nos quemara la piel del corazón.
Al principio luchábamos con ella:
te negamos los cuadros animados
te lavamos con lejía los recuerdos falsos
echamos a la calle
a los fantasmas venidos a visitarte desde el pueblo.
Pero el gato de la foto
el caballo bautizado sobre tu mesilla
el pobre de Murillo al que le ofrecías pan
todos eran más fuertes que cualquier prospecto
que la receta más juiciosa.
Nos rendimos a tu nueva realidad
como a una fiesta en la casa de al lado
porque allí no mandábamos ya
ni hijos ni médicos ni plazos.
Todo derogado por la enfermedad de la alegría
esa a la que fuiste inmune
cuando eras más joven y estabas sana
y destilabas un perfume de tristeza
que nos acompañaba cada mañana al colegio.
Aunque de algún modo siempre supimos
que otra mujer despeinada y coqueta
vivía a un centímetro bajo tu piel.
Mientras tuviste fuerzas allí se mantuvo
hasta que al final la descorchaste
y ella salió espumosa, rubia
desvergonzada como sólo puede serlo
una anciana rebosante de inocencia.
Y rendidos nos dejasteis, tú y ella,
pequeños en la distancia
atareados con tus pañales ocres
con las inyecciones rojas de la desmemoria.
Mientras tú cada vez más libre
tomabas lo mejor de cada uno
y nos amasabas como muñecos de hierba y barro
dándonos a luz con el mismo rostro de la primera vez.
Nos dejaste dormir siestas a tu lado
volver a tu madriguera
lamerte las llagas que te florecían
en el cuerpo arrasado.
Cada vez más santa
tú misma abriste la puerta de salida.
Nos quitaste el miedo
en un aletear de pecho.
Acallaste las palabras erigidas sobre columnas;
nos besaste en la frente
con el amor bordado en las mejillas.
Nos pediste permiso para irte
porque sólo lo invisible podía abrazar tu cuerpo
sin hacerte daño.
Antes de llevarte, la muerte nos dio un abrazo.
Ya no verá el sol, dijo,
ni la lluvia ni las amapolas de junio.
Será ella la que llueva cada otoño
la que amanezca.
El jazmín que os asaltará como un dulce ladrón
en las esquinas.
2 comentarios:
Que fuerte.
Hace sonreír y llorar al mismo tiempo, igual que la vida.
Un gran poema!
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