jueves, julio 28, 2011

The Lighthouse at two Lights: Edward Hopper



La alambrada de mi boca

Ana Pérez Cañamares


A LA MUERTE DE MAMÁ


Llamabas al gato de la foto

y todos nos echábamos a temblar

como si la locura fuese un sarpullido

que nos quemara la piel del corazón.

Al principio luchábamos con ella:

te negamos los cuadros animados

te lavamos con lejía los recuerdos falsos

echamos a la calle

a los fantasmas venidos a visitarte desde el pueblo.

Pero el gato de la foto

el caballo bautizado sobre tu mesilla

el pobre de Murillo al que le ofrecías pan

todos eran más fuertes que cualquier prospecto

que la receta más juiciosa.

Nos rendimos a tu nueva realidad

como a una fiesta en la casa de al lado

porque allí no mandábamos ya

ni hijos ni médicos ni plazos.

Todo derogado por la enfermedad de la alegría

esa a la que fuiste inmune

cuando eras más joven y estabas sana

y destilabas un perfume de tristeza

que nos acompañaba cada mañana al colegio.

Aunque de algún modo siempre supimos

que otra mujer despeinada y coqueta

vivía a un centímetro bajo tu piel.

Mientras tuviste fuerzas allí se mantuvo

hasta que al final la descorchaste

y ella salió espumosa, rubia

desvergonzada como sólo puede serlo

una anciana rebosante de inocencia.

Y rendidos nos dejasteis, tú y ella,

pequeños en la distancia

atareados con tus pañales ocres

con las inyecciones rojas de la desmemoria.

Mientras tú cada vez más libre

tomabas lo mejor de cada uno

y nos amasabas como muñecos de hierba y barro

dándonos a luz con el mismo rostro de la primera vez.

Nos dejaste dormir siestas a tu lado

volver a tu madriguera

lamerte las llagas que te florecían

en el cuerpo arrasado.

Cada vez más santa

tú misma abriste la puerta de salida.

Nos quitaste el miedo

en un aletear de pecho.

Acallaste las palabras erigidas sobre columnas;

nos besaste en la frente

con el amor bordado en las mejillas.

Nos pediste permiso para irte

porque sólo lo invisible podía abrazar tu cuerpo

sin hacerte daño.

Antes de llevarte, la muerte nos dio un abrazo.

Ya no verá el sol, dijo,

ni la lluvia ni las amapolas de junio.

Será ella la que llueva cada otoño

la que amanezca.

El jazmín que os asaltará como un dulce ladrón

en las esquinas.


2 comentarios:

tyess dijo...

Que fuerte.
Hace sonreír y llorar al mismo tiempo, igual que la vida.

entrenomadas dijo...

Un gran poema!