PIEDRA, CORAZÓN DEL MUNDO
(Antología personal 1995-2000)
ANTONIO ORIHUELA
AÑO NUEVO
AÑO NUEVO
....................................a Víctor Botas
................a los treinta, supe dónde estar:
CONFUCIO
................a los treinta, supe dónde estar:
CONFUCIO
Sentado sobre una mesita de noche
va Alfonso y me dice
que definitivamente
se me ha fijado la miopía.
Miro el reloj.
y luego el calendario:
-No me creceré más,
no me repondré más a mí mismo.
Paso, luego,
bajo los porches de estos días
que parecen contener
al mismísimo tiempo acabado,
a todos los lugares doblados, quizás
por su mitad
y oigo a los niños,
dejando al tonto contar hasta cincuenta,
y a los mayores
equivocándolo en su búsqueda.
Paso por debajo de las horas
de los días de papel
mirando perros bóxer
iguales a los míos
ya los de Roger Wolfe.
Vuelven sobre mí
todos los trasgos y los tumbos,
y cuando voy
para el sitio que iba a ir
sube un ascensor hasta el octavo
y en la calle dos borrachos
se dan la mano
y se la sueltan luego
rápidamente.
Y abro la puerta
y el desayuno preparado
en Ginebra,
donde muy tieso,
descansa "... un hombre
que se decía un sueño"
o la cierro tras de mí
en un lugar más trivial, algo así
como "... el cementerio del Salvador,
de Oviedo".
Y al levantar los ojos, encuentro
en la cocina,
una pila de platos
hasta el cielo,
diciéndome:
-Antonio, mañana te espero.
Me digo, entonces,
que estoy en donde había estado
y que no hago
sino sentir
lo que había venido a sentir.
va Alfonso y me dice
que definitivamente
se me ha fijado la miopía.
Miro el reloj.
y luego el calendario:
-No me creceré más,
no me repondré más a mí mismo.
Paso, luego,
bajo los porches de estos días
que parecen contener
al mismísimo tiempo acabado,
a todos los lugares doblados, quizás
por su mitad
y oigo a los niños,
dejando al tonto contar hasta cincuenta,
y a los mayores
equivocándolo en su búsqueda.
Paso por debajo de las horas
de los días de papel
mirando perros bóxer
iguales a los míos
ya los de Roger Wolfe.
Vuelven sobre mí
todos los trasgos y los tumbos,
y cuando voy
para el sitio que iba a ir
sube un ascensor hasta el octavo
y en la calle dos borrachos
se dan la mano
y se la sueltan luego
rápidamente.
Y abro la puerta
y el desayuno preparado
en Ginebra,
donde muy tieso,
descansa "... un hombre
que se decía un sueño"
o la cierro tras de mí
en un lugar más trivial, algo así
como "... el cementerio del Salvador,
de Oviedo".
Y al levantar los ojos, encuentro
en la cocina,
una pila de platos
hasta el cielo,
diciéndome:
-Antonio, mañana te espero.
Me digo, entonces,
que estoy en donde había estado
y que no hago
sino sentir
lo que había venido a sentir.
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