Los Condenados de la Tierra nº 8: Oswaldo Guayasamín
Enrique Falcón
PORCIÓN DEL ENEMIGO
Ed. Calambur
LOS
SERES INTOCABLES
Jorge
Semprún leía a Paul Valèry en el campo de concentración de Buchenwald
(y era en
las letrinas
donde él y
sus compañeros recitaban
también a
Heine, juntos a coro,
cuando en
los domingos santos de las letrinas
los hombres
eran siempre menos vigilados)
En
el mayor campo de concentración para mujeres en territorio alemán, Vlasta
Kladivova recopilaba poemas y poemas
(que su
amiga Vera ilustraba,
antes de
guardarlos bajo su litera,
con tinta
de colores sustraída
de los
barracones de los oficiales)
En
el campo Uno de Gusen, entre descanso y descanso, el poeta Jean Cayrol escribía
su Canto a la esperanza sobre una tabla de madera a modo de mesa
(lázaro
recuperado
a la vida
por la
acción de Johann Gruber, aquel sacerdote
con
identificación 43.050
que sería
después torturado,
durante
tres días seguidos,
antes de
morir en manos de las SS)
Primo
Levi recitaba el Canto de Ulises según Dante, acompañando a su amigo en la fila
de sopa
(y Jean
Samuel
se
preguntaba por qué en el Lager de Auschwitz
había
irrumpido
–precisamente–
aquel
pasaje del Inferno)
Jozef
Czapski impartía conferencias sobre Proust en los refectorios del campo de
prisioneros de Griazowietz
(esas horas
felices
que, según
él,
aliviaban
la herida colectiva
tras la
matanza en el bosque de Katýn)
En
los diversos kommandos asociados al campo de Mauthausen, el catalán Joaquim
Amat escribía sus poemas en papel de sacos de cemento
(él los
escondía,
durante
largas temporadas,
en los
almacenes
y también
bajo sus ropas)
Tatiana
Gnedich repasaba de cabeza, en la oscuridad del presidio, aquellos miles de
versos de Byron, que ella se sabía de memoria
(su
carcelero quedó conmovido
tras
escucharla recitar esos poemas vertidos al ruso,
y retrasó
en dos años su traslado
a un gulag
de Siberia,
donde
habría de pasar 124 meses
perfeccionando
aún más,
y siempre
de cabeza,
su
traducción del Don Juan,
texto que
dictaría –una vez libre–
después de
haberse quedado
literalmente
ciega).
Tengámoslo
presente (nosotros,
que
aún no escribimos en un campo de concentración):
En las
letrinas
En las
literas
En las
mesas de tabla
En las
paradas de sopa
En los
comedores
En los
sacos sustraídos de los almacenes
En la
garita desde donde te aguarda
la impaciencia de los
vigilantes:
seres
intocables, palabras y versos.
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