Materia oscura
Laura Giordani
La calle
Niño del riachuelo,
comunión de tobillos y de barro,
chapoteo de tardes sin pupitre
y nadir temprano de tus cejas.
Tu diminuto Ganges,
resignado y austral,
en incesante procesión de latas, vidrios
y nenúfares mutilados.
Parábola de vida abundante
si la corriente arrima a tu descalza orilla
ternura de ranas o algún juguete roto.
Hasta aquí llega el dolor
de nanas remotas, sin destinatario.
Los tímpanos se abren sin defensas
a tanta hueste de llanto.
Urdimbre
caída de los elementos:
ballenas,
bosques,
dolor de madera y madre.
Pavor de las piedras
arrancadas a su madre roca,
anemia del aire
que ya ni puede inmutar las alas.
Los pájaros se desorientan:
no saben dónde colgar su nido.
Todo por no haber acatado la ley del agua.
La ciudad avalancha
de arena endurecida para tu pellejo,
te va haciendo corteza, todo costra,
todo desplegado para herirte,
para que el pie no encuentre
un solo resquicio blando.
Niño no niño
junto al velador de los semáforos,
hay baldosas de escarcha
bajo tu espalda y su temblor
es tuyo, tuya la intemperie.
Sobre tu cabeza,
un cielo del que se caen los pájaros.
Las hojas transparentes
las más embelesadas me hacen daño.
Antonio Méndez Rubio
El tizne en las mejillas,
el perfume a muerte temprana,
la noche cubriendo la orografía
cárdena de tu cuerpo
con todos los relieves del maltrato,
tu sombra menuda repartiéndose,
haciéndote
cada vez más inconsistente
en el asfalto, las nubes
a contramano, duelen.
El zócalo de almohada,
la bolsita de pegamento
y su nana mortal contra la boca.
Te van endureciendo las esquinas:
sus ángulos cada vez más agudos
decapitan candores, desdicen
las mieles y vas cayendo sin cese
sobre las crestas frías del alba.
Duele la indiferencia:
esa extensión de sien a sien
donde se evapora el llanto tan rápido.
Niño
sin abrigo de palabras,
sin lirismo
cuerpo a cuerpo frente a ti:
tu piel
tan pronto endurecida,
tus mocos, tu mugre y el asco,
el miedo, las ganas
de que te alejes aprisa
para poder seguir amándote mejor
desde el poema.
Te veo con esa resignación de sauce en las esquinas,
por todas partes, con esa convalecencia de rama
doblegada a todos los vientos,
abrevando el agua de todos los daños.
Las flores no pueden llegar hasta tu tumba,
se extravían, se lastiman,
hay vidrio molido en el camino
a tu costado.
No hay raíces para un agua tan lastimada.
Escucho la savia, su declinar inmenso
Y declina conmigo la mirada que te ve desapareciendo.
Eres la astilla en el ojo,
pesadilla que retorna en mitad del cortado.
En el semáforo, nuestra propia conciencia
pidiendo limosna.
Recostado en las vías
como junto a un gran animal
abatido, auscultando su resignación
de metal interrumpida por algún tren
que llega a recordarte
que todavía estás vivo y es de noche.
El alarido del tren desvela penas,
calcina de intemperie las mejillas,
te llama por tu nombre
y va proliferando en los rieles
la llamada a caer para tu nuca.
Laura Giordani
La calle
Niño del riachuelo,
comunión de tobillos y de barro,
chapoteo de tardes sin pupitre
y nadir temprano de tus cejas.
Tu diminuto Ganges,
resignado y austral,
en incesante procesión de latas, vidrios
y nenúfares mutilados.
Parábola de vida abundante
si la corriente arrima a tu descalza orilla
ternura de ranas o algún juguete roto.
Hasta aquí llega el dolor
de nanas remotas, sin destinatario.
Los tímpanos se abren sin defensas
a tanta hueste de llanto.
Urdimbre
caída de los elementos:
ballenas,
bosques,
dolor de madera y madre.
Pavor de las piedras
arrancadas a su madre roca,
anemia del aire
que ya ni puede inmutar las alas.
Los pájaros se desorientan:
no saben dónde colgar su nido.
Todo por no haber acatado la ley del agua.
La ciudad avalancha
de arena endurecida para tu pellejo,
te va haciendo corteza, todo costra,
todo desplegado para herirte,
para que el pie no encuentre
un solo resquicio blando.
Niño no niño
junto al velador de los semáforos,
hay baldosas de escarcha
bajo tu espalda y su temblor
es tuyo, tuya la intemperie.
Sobre tu cabeza,
un cielo del que se caen los pájaros.
Las hojas transparentes
las más embelesadas me hacen daño.
Antonio Méndez Rubio
El tizne en las mejillas,
el perfume a muerte temprana,
la noche cubriendo la orografía
cárdena de tu cuerpo
con todos los relieves del maltrato,
tu sombra menuda repartiéndose,
haciéndote
cada vez más inconsistente
en el asfalto, las nubes
a contramano, duelen.
El zócalo de almohada,
la bolsita de pegamento
y su nana mortal contra la boca.
Te van endureciendo las esquinas:
sus ángulos cada vez más agudos
decapitan candores, desdicen
las mieles y vas cayendo sin cese
sobre las crestas frías del alba.
Duele la indiferencia:
esa extensión de sien a sien
donde se evapora el llanto tan rápido.
Niño
sin abrigo de palabras,
sin lirismo
cuerpo a cuerpo frente a ti:
tu piel
tan pronto endurecida,
tus mocos, tu mugre y el asco,
el miedo, las ganas
de que te alejes aprisa
para poder seguir amándote mejor
desde el poema.
Te veo con esa resignación de sauce en las esquinas,
por todas partes, con esa convalecencia de rama
doblegada a todos los vientos,
abrevando el agua de todos los daños.
Las flores no pueden llegar hasta tu tumba,
se extravían, se lastiman,
hay vidrio molido en el camino
a tu costado.
No hay raíces para un agua tan lastimada.
Escucho la savia, su declinar inmenso
Y declina conmigo la mirada que te ve desapareciendo.
Eres la astilla en el ojo,
pesadilla que retorna en mitad del cortado.
En el semáforo, nuestra propia conciencia
pidiendo limosna.
Recostado en las vías
como junto a un gran animal
abatido, auscultando su resignación
de metal interrumpida por algún tren
que llega a recordarte
que todavía estás vivo y es de noche.
El alarido del tren desvela penas,
calcina de intemperie las mejillas,
te llama por tu nombre
y va proliferando en los rieles
la llamada a caer para tu nuca.
2 comentarios:
¡Madre mía!. ¡Qué poema tan terriblemente doloroso! Sólo leerlo duele en el alma.
Un poco extenso, pero consigue transmitir el intenso drama de la miseria hasta el fondo.
Certero y preciso como ninguno a la hora de mostrarnos la cara oscura del mundo que hemos construido y que nos gusta ver desde lejos.
Me ha gustado mucho.
Ishtar: muchas gracias por tu letura y comentario; en realidad, son diez poemas que por error se han subido como uno solo. De todas maneras, agradezco la generosidad de Antonio. Un abrazo,
Laura.
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